El desastre y lo posible

Villa Epecuén ya emergió casi totalmente del agua; lo que queda es como tallos retorcidos, blancos; tanto los árboles como los restos de edificios están corroídos, esa sal milagrosa se lo comió todo.

Mariana Enríquez, Estatuas de Sal

Como debieron darse cuenta los habitantes de Villa Epecuén, lo posible, al igual que el metro, no sirve como medida de lo real. Lo posible es lo esperado, y carga con lo impreciso como cualidad esencial. Es lo imposible lo que más se acerca y más nos acerca a la realidad, a lo real del mundo y de la vida.

Y así como aquel pueblo sumergido se transformó en ruina de su virtud, el mundo hoy parece ser ruina de todo aquello que por mucho tiempo consideramos verdad; espejismos que no aguantaron su propia naturaleza. Hay algo devastado en el mundo que estamos viviendo, me escribe Mercedes, y haciendo obra a partir de ideas, sentimientos, pensamientos y esperanzas que han quedado ahí, a la espera, en descarte, abre entre los restos del desastre la oportunidad de ver algo más, de empezar algo más, de ser algo más.

Nada basta para el desastre; lo cual quiere decir que, de la misma manera que la destrucción en su pureza de ruina no le conviene, tampoco la idea de totalidad podría marcar sus límites: todas las cosas alcanzadas y destruidas, los dioses y los hombres de nuevo conducidos a la ausencia, la nada en el lugar de todo: es demasiado y demasiado poco. (Blanchot, 2015 [1980], 8)

El desastre, «preocupación por lo ínfimo, soberanía de lo accidental», no es más que aquello que está siempre por venir. Por eso, no se encuentra lo real en lo que solo se piensa y no se llega a hacer, sino en todo lo sucedido y en todo lo hecho; en todo lo que fue y que, por lo mismo, sabemos que puede llegar a ser.

En la mirada, la mano, el trazo de la artista, ahí está su referencia más potente. Combinadas en líneas, figuras, trozos, partes, fragmentos de aquello devastado, cada una de sus obras materializa un intento a escala humana por superponerse al demasiado tarde del desastre; un intento genuino por comprender, aprehender, esbozar, rearmar, desde la pureza de la intuición. Desde el mismo lugar al que refiere Blanchot cuando nos dice «no cambies de pensamiento, repítelo, si puedes».

Repetir, si fuera posible, la gracia de las cosas que todavía están en potencia. (del Sol, 2009, 4)

El desastre como potencia nos remite a la idea de naturaleza en cuanto esencia y espontaneidad. Lo natural de la tela: arrugarse, colgar. Lo natural de lo humano: aquello que no puede siquiera pretender ser parte de lo que conocemos como Naturaleza: la geometría, el lenguaje. Entonces, la pintura es el lenguaje de una memoria estancada, ahuecada. Una geometría de huecos y pliegues; signos que son marca, registro y herramienta para encontrar lo propiamente humano del desastre y de cuanto existe.

Como las tumbas geométricas de Naxsos, como las superficies blancas y saladas de Epecuén, los contornos y rellenos de colores, emplazados cuidadosa e insistentemente sobre papel, tela y yeso, son como ruinas de lo posible, un real que nunca se vio venir. Haciendo frente a ello: líneas, figuras, fotografías y frases se combinan como fragmentos de lo humano en toda su contradicción.

Por eso hacemos obras algo primitivas y que son primigenias, porque unen a todos los seres humanos en su origen. (del Sol, 2009, 22)

¿Cómo se decide un trazo? ¿Cómo se encuentra ahí esa contradicción? No es en la precisión donde habita la belleza –la razón toma el control en el desastre; la razón es la causa de la devastación–, sino en la realidad auténtica, en la esencia de lo real. Ahí, la pintura y la tela, la obra y su proceso son la misma cosa. Y entonces, imagen y soporte entienden que no se trata ni de una ni de otro sino especialmente de ambos, y de su conjunción.

Tomando notas a punta de su pincel y de su mano, la artista ha practicado algo así como el arte de la experiencia. Uno que da lugar a todo aquello que no se ve, a la vida tal como es, donde la insistencia y la repetición se apropian del error de la construcción. Una existencia devastada por sí misma y que, aún en medio del desastre, encuentra motivos y motivaciones suficientes para ser y para hacer.

Y hacer es lo mismo que entender...

Que cuando incorporados como posibilidad, lo temido e inesperado no empeoran la realidad. Más bien la crean y arreglan a medida para poder, en ella y con ella, sobrevivir. En la obra de Mercedes el desastre no está excluido; está des-crito, des-armado, des-hecho. Es "aquello que se sustrae a cualquier posibilidad de experiencia –límite de la escritura." (Blanchot, 2015 [1980], 12). Es un desastre experimentado.

Fernanda Aránguiz M.

Santiago – Julio, 2021